Una buena estrategia de comunicación política es aquella que, sustentándose en la investigación y el análisis de las necesidades de los electores, consigue poner en boca del candidato lo que piensan sus votantes. Seguro que todos hemos tenido alguna vez la sensación de que un político expresaba lo que estábamos pensando, incluso mejor que nosotros mismos. Cuando esto sucede, se genera un vínculo de confianza que se puede ver refrendado si el político, además de decir lo que pensamos, hace lo que dice.
En otro tiempo, ser la voz del p ueblo, solía ser una razón suficiente para ganarse la confianza del elector. Eran tiempos de fuertes liderazgos individuales y de sociedades muy ideologizadas. Sin embargo, en las actuales democracias -más maduras-, se percibe un lógico escepticismo respecto a las palabras de los políticos y éstas se oyen con la cautela propia del que tiene a su alcance muchos más elementos de juicio.
Además, a tenor de lo que dice el filósofo Daniel Innerarity, “el escrutinio sistemático al que están sometidas las distintas políticas, está convirtiendo en insulso el discurso de los políticos”. Por lo tanto, nos encontramos en una situación en la que clase política está atenazada por lo “políticamente correcto”, en un momento en el que una sociedad cada vez más culta y preparada, demanda algo más que un discurso más o menos acertado.
Es más que posible, que esta demanda no sea otra que la mayor participación en los asuntos comunes, es decir en la política y más concretamente en los procesos democráticos de toma de decisiones. Así lo está entendiendo una gran parte de los políticos, que ha incluido la participación dentro de su catálogo de “imprescindibles”.
Hay un indudable salto cualitativo entre “dice lo que pienso” y “dice lo que le digo”. Esto hace sentir participe de verdad y el vínculo emocional es sensiblemente mayor. De hecho, es la mejor forma de ganarse el corazón de las personas y lograr su implicación y apoyo. Pero, por eso precisamente, el compromiso adquirido es mucho mayor y en consecuencia, el riesgo de defraudar también. Dicho así, parece que la participación fuera cosa de valientes, pero nada más lejos de la realidad. No hay que tener ningún miedo a este tipo de procesos y hay que aceptar con cierta dosis de humildad, que un colectivo suele ser más inteligente que un individuo.
Eso no significa que no haya que tener en cuenta algunas consideraciones muy importantes, para evitar que el proceso participativo pueda acabar en un fiasco.
La primera tiene que ver con el tipo de cuestiones a dilucidar y los tiempos de los que se dispone. El experto en dirección de personas, Juan Luis Urcola, advierte que no hay un estilo de liderazgo bueno o malo, y que son las circunstancias las que requerirán que éste sea más o menos participativo. Dilucidar esta cuestión, es una responsabilidad del dirigente. Tan contraproducente es que un político, elegido democráticamente, gobierne aislado de la sociedad, como que esté continuamente dejando la solución de los problemas en el alero de los ciudadanos para que los resuelvan ellos.
La segunda es una obviedad: una vez lanzado un proceso participativo, hay que ser respetuoso con el resultado. De no serlo, el desencanto es mucho mayor que si no brindamos la oportunidad de participar. Además, en los tiempos que corren, este tipo de artimañas tienen muy poco recorrido. En definitiva, la participación no puede ser nunca una pose.
La tercera no es del todo “políticamente correcta”. No se puede pretender que nadie actúe en contra de sus propios intereses. Esto lo entiende todo el mundo en la esfera privada, pero llevado al mundo de la participación ciudadana, nadie se atrevería a reconocer que un proceso participativo, bien por la forma o bien por el fondo, puede ser perjudicial para el gobernante de turno. Esto es algo a tener muy en cuenta a la hora de plantearse cualquier proceso participativo.
El célebre “presupuesto participativo” instaurado por el partido de Lula Da Silva en Porto Alegre, fue el medio ideal para que la oposición introdujera sus “caballos de Troya” en las políticas del gobierno municipal y lograra la victoria en las siguientes elecciones de la mano de José Fogaça. Lo hizo con el lema “Preservando conquistas. Construindo mudanças”, en clara alusión al mantenimiento del presupuesto participativo por ser una conquista de la democracia. Seguro que con alguna modificación para que no le pasara a él lo mismo y seguir ganando votos.